jueves, 17 de abril de 2014

Pinocho XXI

Estas líneas apresuradas hablan de la mentira y tratan de explicar, en parte, por qué las grandes manipulaciones tienen un activo aliado en aquéllos que más interés deberían tener en sacudirse el yugo de una visión interesada y descaradamente parcial de la realidad.
No recuerdo cuándo empezó ésto, pero mi memoria se remonta a los setenta o a principios de los ochenta, cuando los chavales dejaron de colocarse como aprendices, las últimas chicas dejaron de ir a a la costura y se generalizó el Bachillerato, las revistas ilustradas y la TV matutina. Todas las verdades y mentiras aceptadas en las familias hasta entonces, toda la jerarquía y las escalas de valores se vinieron abajo frente a las ideas nuevas y la promesa de un futuro próspero y a todo color.
En muchas casas y en muchos barrios, miles de jóvenes hijos de obreros y nietos de campesinos, completaron sus estudios universitarios y se convirtieron en "clase media". Yo me crié en un barrio de aluvión, habitado mayoritariamente por emigrantes del campo. Recuerdo que las discusiones encendidas por temas triviales eran habituales, los choques verbales entre vecinos o, más frecuentemente, vecinas condenadas a la monotonía y explotación de sus hogares, que desahogaban así sus tremendas frustraciones.
Hoy observo que aquella gente que antiguamente se trataba, aunque sólo fuera para gritarse, ya no tiene más trato que el  "hola". Sospechosamente, una de las conversaciones más habituales, cuando las hay, es para comparar sibilinamente los éxitos o fracasos profesionales de los hijos. Dentro de las familias también pasa: recelos y complejos porque a éste le va mejor, tú pudiste estudiar y yo no...
Pero nunca como hasta ahora tuvo el Poder la posibilidad de entrar por todos los medios en los hogares, 24 horas al día. En general, el nivel intelectual de la población se ha elevado lo justo para darle la vuelta a todo y emplear como argumentos todas las falacias que el cerebro humano ha sabido inventar: justo como los periodistas y opinadores asiduos a las tertulias televisadas.
Una de las consecuencias de este comportamiento es la costumbre de criticar sañudamente las ideas y actitudes criticables (o sea, todas), a la par que se justifica lo injustificable y se defiende lo indefendible. La desvergüenza está de moda; si alguien es un canalla convicto y confeso, no lo digas, no lo nombres, porque inquisitorialmente te señalarán tus defectos reales o supuestos.
Claro, puede argumentarse que todo ésto (quizá imaginaciones mías) es producto puro y simple de la industria del entretenimiento y de la machacona propaganda periodística. Sin embargo, quiero recordar una cosa, que espero me perdonen: el Evangelio está escrito en términos muy sencillos, con parábolas al alcance de todos. Jesús jamás expresaba ideas "filosóficas"; cuando se refería a las escrituras judías, era generalmente para rebatir la interpretación sacerdotal. ¿A qué apelaba él? Como recuerda el ilustre teólogo Xabier Pikaza Ibarrondo en su "Historia de Jesús",  a una forma de inteligencia que nos ha sido dada a todos, que está ligada a la honradez, esa honradez intelectual que puede o bien cultivarse o bien  ir enterrando cada día bajo una capa cada vez más grande de mentiras. De ahí esas conocidas expresiones del nazareno, del tipo de "Quien tenga oídos, que oiga"; "¿Es que todavía no queréis entender?"... Siglos más tarde, Galileo también dijo: "No veis porque no queréis ver", justo como el ciego a quien Jesús curó pese a su resistencia.